viernes, 17 de mayo de 2013
Islamistas y laicos chocan en Marruecos
Ahmed Assid, de 52 años, es un filósofo marroquí e investigador del Instituto Real de Cultura Amazig, es decir, de los bereberes que constituían la población autóctona del norte de África antes de que llegasen los árabes. Aunque son musulmanes, algunos intelectuales bereberes luchan por preservar su identidad preislámica y abogan por una religión tolerante. Por eso son los más acérrimos adversarios de los islamistas radicales y suscitan su ira.
Unas palabras de Assid sobre la necesaria puesta al día del islam le han convertido, a ojos de los islamistas, en “enemigo de Alá”. Así se ha recrudecido la tensión, siempre latente en Marruecos, entre corrientes islamistas y sectores laicos de la sociedad civil.
Desde que hace 16 meses el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), de marcado carácter religioso, ocupara la jefatura del Gobierno, la tirantez ya se había reavivado con sus intentos de islamizar la televisión, en marzo de 2012, o de restringir la libertad de asociación y poner más trabas a la adopción de niños por extranjeros.
Aunque la violencia es solo verbal, los enfrentamientos recuerdan a los que se desarrollan entre laicos e islamistas en Túnez y en Egipto, solo que en Marruecos surge, a veces, un árbitro que impide que los barbudos se salgan con la suya: el palacio real. Intervino, por ejemplo, para evitar que la televisión difunda los cinco llamamientos diarios a la oración y suprimiese la publicidad de loterías y otros juegos.
Assid fue, hace dos años, el único intelectual de tendencia laica que se esforzó por mantener un diálogo en público con los cuatro dirigentes salafistas que, en abril de 2011, fueron excarcelados tras obtener la gracia real. Habían sido condenados a largas penas por haber instigado los atentados de Casablanca, que, el próximo jueves hará diez años, causaron 45 muertos.
Ahora aquellos mismos jefes salafistas, excepto uno, evocan un hadit del profeta (texto sagrado que documenta su gesta) que considera “lícito” derramar la sangre de aquel que insulta al "mensajero de Alá". Assid es, por tanto, un “enemigo de Alá”, decretó en Facebook el líder salafista Hassan Kettani.
Una decena de imanes, empezando por el de la gran mezquita Hamza de Salé, se han adherido con matices, en sus sermones del viernes, a la llamada para acabar con la vida de Assid.
Incluso el primer ministro, Abdelilá Benkiran, arremetió contra el intelectual durante el congreso de abril de las juventudes de su formación, el PJD, islamista moderada. “No es razonable hablar así del Mensajero de Alá, el mejor de los hombres”, afirmó. “(…) No lo aceptaré”, recalcó. La sala abarrotada gritó entonces: “¡No hay más Dios que Dios y Mohamed es su Mensajero!”
¿Qué hizo Assid para suscitar tal embestida de islamistas radicales y moderados? En un debate organizado por la Asociación Marroquí de Derechos Humanos se mostró partidario de depurar los manuales escolares de religión para que estén en sintonía con los principios de los derechos humanos. Los libros difunden, dijo, “un mensaje terrorista vinculado a un contexto histórico en el que la religión se propagaba con la espada y la violencia”.
“Hoy la fe es cuestión de libre arbitrio”, prosiguió Assid. “Hoy no se puede enseñar ese mensaje como uno de los valores del islam ni recordar que el profeta amenazó a los reyes de aquella época para que se convirtieran”, concluyó su intervención, que provocó a las pocas horas una salva de invectivas. Simplificando su pensamiento hasta manipularlo, sus detractores le acusan de tachar al profeta de “terrorista”. “Tal insulto merece la muerte”, le recuerdan en mensajes anónimos.
Aunque no goza de protección policial y le han roto los limpiaparabrisas de su coche, Assid no se ha achantado. Cada vez que le dan la palabra denuncia el “oportunismo” de Benkiran, que busca “mantener buenas relaciones con la corriente religiosa rígida”. Le pregunta al primer ministro por qué no fue valiente cuando el Consejo Superior de los Ulemas marroquíes (sabios del islam) emitió, en abril, una fetua (edicto) instando a matar a los apóstatas.
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